martes, 3 de febrero de 2015

Generación C y la educación permanente

Hace unos días leía "Generació C, amb C de contrast", un genial artículo de Teresa Terradessobre la hornada de "jóvenes de los felices dos mil" que ha vivido un tránsito de la infancia a la adolescencia especialmente convulso. Se trata de la generación, afirma Terrades, mejor cuidada de la historia. Y no le falta razón, al menos en relación al cuidado material y a la protección, quizás excesiva, ejercida por padres y madres de parte de una muchachada alejada de cualquier atisbo de  responsabilidad y obligación. En cualquier caso, parece evidente que es una generación que ha pasado de la infancia a la adolescencia en un momento crítico protagonizado por un cambio de paradigma económico, social y cultural. Una generación, o al menos una parte importante de ella, que ha pasado de vivir en la lujosa comodidad de la clase media del mundo occidental a experimentar situaciones impensables en tiempos de abundancia pasados. Y eso no es moco de pavo.

Pero, ¿qué le pasa a la generación C?, ¿cuáles son sus retos y principales problemas? Las cifras de abandono escolar temprano de los últimos años señalan que aproximadamente uno de cada cuatro jóvenes de la generación C se aparta prematuramente del sistema educativo. Por otra parte, los datos de paro juvenil no ofrecen una perspectiva mucho más halagüeña. Uno de cada dos jóvenes de menos de veinticinco años no tiene trabajo. Y, viendo la evolución del mercado laboral, el futuro no parece demasiado prometedor. Aquella generación que vivió sus primeros años de vida con cierto lujo o, cuando menos, desahogo se encuentra que tiene que adaptarse a una nueva situación para la que no fue educada ni preparada. ¿Cómo exigirles sacrificio y esfuerzo cuando crecieron alejados de ambos?

En los últimos años los centros de adultos están viviendo el desembarco de esta generación del contraste. Estos nuevos perfiles están transformando el propio concepto de escuela de personas adultas para generar nuevos espacios de relación y aprendizaje. Ni mejores ni peores, simplemente distintos. Parte del alumnado es muy joven, apenas dieciséis años. Otros, algo mayores, todavía están muy alejados del concepto tradicional de estudiante responsable, trabajador y disciplinado con el que se acostumbra(ba) a relacionar al alumnado de los centros de adultos. No obstante, unos y otros, han vivido en sus propias carnes el contraste de los años de abundancia con respecto a la difícil situación actual. Es por eso que, en mayor o menor medida, saben que sus opciones pasan por la educación y la formación. Y, aun así, la mayoría son conscientes que la cosa está francamente difícil.

¿Cómo afrontar el día a día con este alumnado en los centros de educación permanente? Es todo un reto, claro. Se trata, en muchas ocasiones, de trabajar conjuntamente en aulas donde comparten espacio miembros de la generación C con padres o madres de familia que superan la treintena y acuden a las escuelas de adultos a finalizar o complementar sus estudios buscando mejorar sus opciones profesionales. Y esa combinación sí que es un contraste. Aprovechar esa riqueza y diversidad puede ser una buena alternativa para generar nuevas dinámicas en este alumnado joven. Pero no basta por sí sola. Acercar los contenidos a su realidad y buscar nuevas metodologías y procesos de trabajo más dinámicos y atractivos deben ser caminos que empecemos a crear en los centros de adultos para hacer frente a estos nuevos perfiles. Y es que mucho me temo que  la tendencia se va a prolongar unos años más. Así pues, habrá que adaptarse para tratar de transformar esa C de contraste en C de curiosidad, cooperación y calidad. Porque ante el precicipio siempre queda alguna alternativa. Vamos a ello.

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