La otra realidad del varón divorciado Parte I
El hombre que se divorcia sufre pérdidas de las que poco se habla y que tienen un gran peso psíquico y emocional. Pierde contacto cotidiano con sus hijos, con sus espacios domésticos, con el medio ambiente en el que habitaba, con sus rutinas
Entre las tantas estadísticas que recorren el mundo hay una que exhibe una significativa similitud en casi todos los países de habla hispana: según los tribunales que se ocupan del tema, las demandas formales de divorcio son presentadas en un 80 por ciento de los casos por las mujeres.
Según esto pareciera que el hombre es el último en enterarse de su propio divorcio. En alguna medida es así. Las tradiciones culturales inducen al varón a poner el acento en la productividad y la capacidad de proveer y, para eso, suele disociarse de su propio mundo afectivo y emocional. Las emociones y los sentimientos son vistos tradicionalmente como "femeninos", supuestamente "debilitan", atentan contra la eficacia y la productividad.
Así, los asuntos amorosos suelen ser "cosa de mujeres" y de hecho el matrimonio y sus contenidos, si se observa con atención, despiertan más ilusiones, expectativas y preocupación en ellas. Si el divorcio "sorprende" al varón se debe a que, menos preparado para bucear en lo emocional, él suele quitarle el cuerpo (y la palabra) a las crisis afectivas, mientras la mujer las afronta y las desmenuza.
En nuestra cultura el varón está mejor preparado para resolver cuestiones prácticas y externas (política, negocios, economía, tecnología, deportes) que temas abstractos e íntimos (pareja, conflictos espirituales, ligazón emocional con los hijos). Así es que cuando sobreviene la crisis del divorcio un gran número de hombres se encuentra en un precario estado emocional para afrontarla.
Mientras la mujer suele ser rápidamente rodeada por presencias solidarias (familia, amigas, allegados), el varón tiende a quedarse solo y a esto contribuye la creencia, habitualmente compartida por su propio círculo, de que "el hombre se las arregla". Cuando él, para no pasar por "flojo" o "llorón", actúa de acuerdo con aquella creencia, sólo consigue generar un círculo vicioso.
El hombre que se divorcia sufre pérdidas de las que poco se habla y que tienen un gran peso psíquico y emocional. Pierde contacto cotidiano con sus hijos, con sus espacios domésticos, con el medio ambiente en el que habitaba, con sus rutinas. También suele perder interlocutores (algunos se alejan, otros, cuando son amigos de la pareja, toman partido por la mujer, etc.)
En paralelo con esto es común que lo asalten ciertos sentimientos que, más allá de que estén justificados o no, son reales: culpa (ante sus hijos, familia y a veces ante su ex mujer), temor a la soledad, depresión (de la cual intenta escapar a veces sumergiéndose a fondo en el trabajo o buscando obsesivamente nuevas mujeres, cuando no cayendo en adicciones a drogas, alcohol o medicamentos).
Todo esto, y algunas otras características, constituyen la parte menos visible y menos conocida (por los demás) del varón divorciado. Es una problemática que recibe poca atención y que afecta a más hombres de los que están dispuestos a admitirlo
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