CUSTODIA COMPARTIDA.
3 CASOS:
Para César, padre de una niña de dos años y medio, la custodia compartida es el "pacto ideal" que funciona como "una buena solución" para las parejas que se rompen, a no ser que uno de los dos sea "un superprotector". De lunes a miércoles por la mañana, Jimena, la hija de César, vive en la casa de éste. De miércoles por la tarde a viernes, reside en casa de su madre. Cuando la pequeña sale de la escuela sabe que si gira a la derecha va a casa de uno y si gira a la izquierda va a casa del otro. Durante los fines de semana, los padres se alternan. La expareja de César alquiló un piso cercano al que fuera hogar familiar, donde César reside. En agosto, la niña pasa quince días con él y quince con ella; el resto del verano el acuerdo se mantiene como habitualmente. Para compensar la diferencia de sueldos, es él quien paga la guardería. Los otros gastos, a medias. "Hay tres requisitos para que funcione la custodia compartida –explica César, que le ha echado una buena 'pensada' al tema– y son que haya una relación cordial, que sea económicamente soportable y que haya predisposición a ceder, sin rencores por la otra parte".
De 10 y 13 años son los hijos de María, separada hace ocho. Comparte de mutuo acuerdo y desde entonces la guarda y custodia de ambos con su expareja. Cuando los niños eran pequeños pasaban dos días con uno, dos con otro. Después ampliaron a tres y ahora los hijos cambian de casa cada cuatro días. Durante las vacaciones, están un mes con cada progenitor. Para María es importante que exista flexibilidad, que se puedan realizar cambios sobre este esquema en función del trabajo o de los viajes. Ambos padres se reparten los gastos y no hay pensión alimenticia de por medio. "Los dos somos autónomos bastante precarios y conocemos nuestras limitaciones", especifica María. Si algún mes uno de los dos no trabaja y ello afecta al presupuesto, no tienen más que hablarlo. "Este mes tú le compras las zapatillas, que yo no puedo", añade María como ejemplo. Los chicos han llevado muy bien esta situación, con la que han convivido prácticamente toda su vida, "seguramente habrá algunos contras –matiza María– pero no se hacen patentes; ellos lo tienen muy claro y van y vienen cuando quieren, si lo necesitan, entre las dos casas".
Hace cuatro años Inmaculada, madre de dos hijas de 12 y 9, rompió con el padre de ellas. Lunes y martes, las niñas duermen en casa de Inmaculada; miércoles y jueves, en la de él. Los fines de semana los alternan, las vacaciones las parten a la mitad –ambos padres son profesores–. El verano lo dividen por la mitad, por quincenas o por mes completo, dependiendo de los planes de las chicas, los viajes o los campamentos. Las claves de Inmaculada para hacer funcionar la custodia compartida son dos: "vivir muy cerca y llevarse muy bien" (lo primero, porque "continuamente hay que llevar cosas de una casa a otra o intercambiar información del cole"). Gracias a este acuerdo, "aunque no sean los días que nos corresponden de custodia, las acompañamos a las actividades extraescolares o nos quedamos con ellas cuando el otro no puede o incluso las visitamos por gusto", explica Inmaculada. En cuanto al dinero, cada uno asume los gastos diarios y cada cierto tiempo hacen cuentas para igualar los costes de la ropa o el colegio.
Hay un factor común en estas tres circunstancias reales: en ninguna de ellas se necesitó un juez para poner de acuerdo a las partes. César consultó con una mediadora y firmaron un acuerdo privado ante notario. Inmaculada también firmó un papel privado. La relación de María con su ex es tan buena que ni siquiera lo han consignado por escrito, es un acuerdo verbal. Estos padres y madres tienen la certeza de que sin entendimiento entre las partes es imposible una custodia compartida impuesta.
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