EN CASA.
En casa
todos los días eran grises. No veía mucho el sol, salvo alguna ráfaga por la
mañana en las enormes ventanas, sin poder asomarme, puesto que no llegaba a
ellas.
Y eso que en la casa de mis padres hay mucho sol, puesto
que está orientada a levante y no existe edificación alguna frente a ella,
salvo el cementerio municipal.
En casa,
en mi habitación,…creo que estuve abstraída mucho tiempo. El tiempo no pasaba
hacia delante: comía, recibía visitas (cuando las recibía) y dormía. Así día
tras día, no recuerdo cuánto tiempo, pero parecía una eternidad.
Y es que
no hacía nada en casa de mis padres, sólo mirar la TV cosa que nunca me gustó en
exceso. Pero miraba la TV ,
puesto que estaba encendida y además yo no podía leer, ya que las letras se me
escapaban por los márgenes.
Psíquicamente
creo que al principio no me enteraba de nada, pero cuando me dí cuenta de que
tenía silla de ruedas: ¡quería morirme!. Solo que no llegaba a la ventana para
arrojarme abajo.
Así
estuve en tratamiento psiquiátrico muchísimo tiempo y lo único que recibía en
la consulta eran pastillas y más pastillas. Creo que las necesitaba, pero creo
que también necesitaba más apoyo emocional y aceptarme tal y como era. No me
quería así, ni física ni psíquicamente.
En fin,
lo pasé bastante mal, emocionalmente hablando. No entendía nada y nadie me
entendía.
Pensaba
constantemente cómo era mi vida antes y después del accidente. Y me deprimía
cada vez más.
Pensaba en mi libertad “antes de”…y mi dependencia
“después de”. Antes lo tenía todo y ahora nada…eso pensaba!.
Estuve 3
ó 4 meses sin fumar aproximadamente después del accidente…y el tabaco al final
me obsesionaba. Hasta pedía permiso a los médicos!. No encontraba sentido a mi
vida, pero encontraba en el tabaco un aliado; mal aliado pienso ahora. Hacía lo
posible por tener en casa 2 ó 3 cigarrillos …que cuando llegaban a mi poder, de
las formas más inverosímiles, me los fumaba casi consecutivos. Recuerdo
fumarmelos en la ventana de la habitación, esperando no ser sorprendida por mi
madre desde la galería o si pasaba por la habitación.
Llegó a obsesionarme tanto el tabaco que pedía cigarrillo
incluso a las visitas…y salía a subir y bajar escaleras en busca de alguna
colilla en el patio.
Cuando
comencé a caminar en casa, como no tenía mucha seguridad en mis piernas, me
apoyaba en las paredes. Al medio año de estar en casa, se tuvieron que pintar
de nuevo.
Recuerdo cuando salí por primera vez o segunda
vez a la calle. Bueno no recuerdo cuantas veces bajé a la calle, pero no más de
3 ó . No salía mucho dado mi estado emocional y a que existía una montaña de
escaleras en el patio del portal de casa de mis padres.
Aún así
algunos amigos: Jesús y Paqui, me bajaban en silla de ruedas, que conmigo
encima pesaba mucho más y me llevaban a dar una vuelta por el barrio.¡Eso son
amigos! Una vez que me bajaron a
la calle me llevaron a algunos lugares que solía frecuentar por la zona donde habitualmente
frecuentaba. Aunque ahora iría un poco decrépita y amnésica porque no conocía a
nadie…y aún así, gente en la calle me paraba y preguntaba. Yo siempre estaba
bien, porque cuando por fín sales a la calle, no vas a estar mal, ¿verdad?. Y
aparte, es que en esos momentos me sentía bien. ¡Es cuando mejor estaba!
REHABILITACIÓN.
Pues
como digo, en casa estuve otra eternidad, hasta que tuve que ir a
rehabilitación.
Aún recuerdo el nombre de la primera fisioterapeuta que
tuve: Mariángeles!.
También
recuerdo la gran sala donde todos los días durante dos años estuve en
tratamiento; era muy grande y había aparatos por doquier, aunque lo que yo
hacía no eran sólo aparatos, también efectuaba ejercicios en la camilla.
Ejercicios que me hacían bastante ¿daño? Y donde en ocasiones se llegaban a
desprender alguna que otra lágrima.
Me acuerdo gratamente de las paralelas porque todos los días tenía que hacer “taitantas” pasadas por ellas y fue en ellas donde la fisio pudo observar que ya me desenvolvía bien sin muletas.
Me acuerdo gratamente de las paralelas porque todos los días tenía que hacer “taitantas” pasadas por ellas y fue en ellas donde la fisio pudo observar que ya me desenvolvía bien sin muletas.
También
recuerdo la picaresca de subirme a la bicicleta y poner el cronómetro. Era
agotadora, así que al pasar unos minutos, hacía trampa y lo adelantaba un
poquito.
Y así en varios poquitos terminaba enseguida mi tiempo en
bicicleta. Me aburría encima de ella!
La fisio siempre hacía algún comentario sobre la brevedad
de la sesión, pero me lo pasaba por alto. ¡La verdad es que le cogí mucha manía
a la bici y no recuerdo por qué.
Por
fín al cabo de dos años me dieron el alta en rehabilitación
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